martes, 10 de mayo de 2011

La mamá de Adelina

Recuerdo a la señora Cleme con mucho cariño, ella es la típica mujer  chilena, preocupada de su familia, sola, esforzada, trabajadora, optimista, cariñosa, franca que alegraba las reuniones de año nuevo con su voz, su risa sonora y contagiosa. Ella trabajaba y amasaba pan, también hacía empanadas para la venta, pero no sé donde las comercializaba,  en mi mente aún tengo grabada su imágen,  amasando vigorosamente la blanca masa sobre la tabla, su piel blanca y sus ojos grandes  y claros se veían  a través de los vidrios de sus gruesos lentes, su pelo ondeado que lo amarraba, para que no cayera cabello alguno  sobre su masa. Preparaba mayonesa  de huevo natural, similar a la que hacían en los restaurantes, batía enérgicamente y a mano, quedando muy dura y exquisita para acompañar los completos de la onces de los días domingos.  Una tarde de invierno, ella había sido invitada a un matrimonio con su familia, algo importante para su gente,  asistiría con sus tres chiquillos.  Adelina era la menor de sus tres hijos, esa semana al igual que a mi, le habían comprado un abrigo, quizás en la misma tienda del cercano barrio comercial, eran iguales ambos abrigos,  solo se diferenciaban en el color, ese mediodía, se veía tan contenta luciendo sus zapatitos, ropita y abrigo nuevos, llevaba parte de su pelo tomado con una cinta, luciendo también, sus rizos sobre sus hombros, mientras jugando,  esperaba que salieran de casa  toda su familia para partir, hasta que por fin despidiéndose, enfilaron a tomar un vehículo en calle Lord Cochranne, con tan mala suerte que mientras iban caminando, ella se adelantó al grupo,  resbalándose  hasta  ir a dar de lleno, en medio de una posa de agua y barro que había dejado la lluvia de la noche anterior, y ahí quedó sentada sobre ella con su hermoso abrigo. Madre hija lloraban de impotencia, nunca había visto a la Señora  Cleme tan enojada  y apenada, mientras limpiaba el abrigo  ayudada por mi  mamá, que no hallaba que hacer. Ante la aflicción y apremiada por la hora, recurrió a mi madre quien sin demora  le pasó un abrigo mío para solucionar  la situación y la desesperación que sufría, apuradita se lo  cambiaron y también las calcetas que estaban todas empapadas, se despidieron rápidamente, caminaron muy apegaditas  hacia la esquina, mientras ya más tranquila  nos hacía adiós con la mano.


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