lunes, 7 de noviembre de 2011

La bicicleta del Queno.

Abrí mis ojos esa mañana muy tranquila, algo había ocurrido durante la noche, me acosté muy cansada y un tanto molesta, este era el tercer día de intento.
Durante toda la mañana anterior había tratado de aprender  a andar en bicicleta pero me había sido imposible, mientras mi amigo Queno estaba en el colegio, yo aprovechaba de pedirle prestada su bicicleta a Don Guille su papá, quien gustoso accedía, era de tamaño pequeño y tenía un sillín de hombre muy duro, me instalaba sobre ella pero en cuanto comenzaba a pedalear, me iba para un lado u otro de bruces, un par de veces, no alcancé a bajar el pié del pedal y fui a dar de lleno sobre el áspero y duro pavimento. 
Ahora estaba muy confiada, esta noche había tenido un sueño, me encontraba sentada en la pequeña bicicleta en  medio del pavimento y acomodando la rueda derechamente, mis pies estaban firmes sobre los pedales, ambas manos sujetando suavemente los puños del manubrio, mi vista fija hacia el fondo del otro pasaje, luego me veía desplazándome suave y lentamente.
Algo me decía que hoy lo podría hacer. Así que me levante rápidamente, espere hasta las diez de la mañana, para ir a corriendo unos metros mas allá de mi casa y pararme en frente de la puerta del Quenito, no estaba don Guille pero la Lidia, su hermana me hizo pasar y sacar la pequeña bicicleta. El pasaje estaba en silencio, solitario, solo las palomas hacían ruido mientras volaban de un pasaje al otro, en aquella nublada mañana.
Me instale sobre ella, al comienzo de la pista de cemento, cerré los ojos por un momento recordando  paso a paso lo que soñé, luego los abrí y comencé a deslizarme sobre la calle pavimentada, feliz daba una vuelta tras otra, por fin había aprendido.