Los barrios, no son solo edificios, casas, negocios, parques, plazas, calles, veredas. Son algo más trascendente, son historias, vidas, familias, personas. Muchos barrios tan antiguos como el mío, con sucesos hermosos, con acontecimientos detestables, hoy aún existen. Sin embargo, mi calle y sus viviendas, han desaparecido. No existe registro alguno de ella, ni su nombre ha sido conservado. Existe tan solo, en la memoria de los que ahí vivimos y algunos la recordamos con cariño. Fueron tiempos difíciles, nuestro sector no era de gente acomodada, pero lo que otrora ahí ocurría, no creo que exista en ninguno de los barrios de hoy en día. Ahí conocí las personas, más humildes, unidas, solidarias y generosas.
Actualmente, existe mucha competitividad, vanidad y egoísmo, la mayoría de los inividuos, se preocupan solo de sí mismos, viven muy acelerados, llenos de stress, temor, violencia, muchos no se preocupan de conocer al vecino más próximo, algunos poseen un equivocado sentido de superación, carentes de capacidad de asombro e incluso de afecto natural.
No estoy en contra de la modernidad, pero sí, de los que solo la defienden, sin pensar en los más desprotegidos, con el único propósito de beneficiarse y llenar sus bolsillos, sin pensar en el impacto que producirán.
Hoy quiero dejar aquí, un registro de mi querida calle que alguna vez fué, ya han pasado para mi cinco décadas, casi tres las viví ahí, diez y veinte, para las generaciones que existieron en ese lugar antes que yo, que nacieron y murieron en ese lugar, caminaron por esas arterias y que por la modernidad y el tiempo fueron dispersadas angustiosamente.
Vi con honda tristesa, como el paso del hombre y sus maquinarias, arrasaban las casas, sus puertas, ventanas y techos, reduciendo todo aquello a maderas de desecho, sus altos y erguidos muros sin piedad demolidos, quedando por la que alguna vez fue calle, montones de escombros. El hermoso farol de color plateado, que la alumbraba la calle, fue arrancado de cuajo, tirado sobre las ruinas de madera, ladrillo, adobe y piedra, en medio de la nube de polvo que subía hasta el cielo, ese mismo cielo que mirábamos los niños jugando, o cuando abrazada al metálico y hermoso poste, daba vueltas a su alrededor, observando el deslumbrante sol que brillaba sobre el capitel que cubría la gran ampolleta.