miércoles, 27 de abril de 2011

Registro de mi calle Lacunza

Los barrios, no son solo edificios, casas, negocios, parques, plazas,  calles, veredas. Son algo más trascendente, son historias, vidas, familias, personas.  Muchos barrios tan antiguos como el mío,  con sucesos  hermosos,  con acontecimientos  detestables,  hoy aún existen. Sin embargo, mi calle y sus viviendas, han desaparecido. No existe registro alguno de ella,  ni su nombre ha sido conservado.  Existe tan solo, en la memoria de los que ahí vivimos y algunos la recordamos con cariño. Fueron tiempos difíciles, nuestro sector no era de gente acomodada, pero lo que otrora  ahí ocurría, no creo que exista en ninguno de los barrios de hoy en día.  Ahí conocí las personas, más humildes, unidas, solidarias y generosas.  
Actualmente, existe mucha competitividad, vanidad  y egoísmo, la mayoría de los inividuos, se preocupan solo de sí mismos, viven muy acelerados, llenos de stress, temor, violencia, muchos no se preocupan de conocer al vecino más próximo, algunos poseen un  equivocado  sentido de superación,   carentes de capacidad de asombro e incluso de afecto natural.    
No estoy en contra de la modernidad, pero sí,  de los que solo la defienden, sin pensar en  los más desprotegidos, con el único propósito de beneficiarse y llenar sus bolsillos, sin pensar en el  impacto que producirán.     
Hoy quiero dejar aquí, un registro de mi querida calle que alguna vez fué,  ya han pasado para mi cinco décadas, casi tres las viví ahí, diez y veinte, para las generaciones que existieron en ese lugar antes que yo, que nacieron y murieron en ese lugar, caminaron por esas arterias y que por la modernidad y el tiempo fueron dispersadas angustiosamente.
Vi con honda tristesa,  como el paso del hombre y sus maquinarias, arrasaban las casas, sus puertas, ventanas y techos, reduciendo todo aquello a maderas de desecho, sus altos y erguidos muros sin piedad demolidos, quedando por la que alguna vez fue calle, montones de escombros. El hermoso farol de color plateado, que la alumbraba la calle, fue arrancado de cuajo, tirado sobre las ruinas de madera, ladrillo, adobe y piedra, en medio de la nube de polvo  que subía hasta el cielo, ese mismo cielo que mirábamos los niños jugando, o cuando abrazada al metálico y hermoso poste, daba vueltas a su alrededor, observando el deslumbrante sol que brillaba sobre el capitel que cubría la gran ampolleta.


Terremoto 8 de Julio de 1971

La noche del Jueves 8 de Julio de 1971,  había pedido permiso, para ir a ver televisión a la casa de mis vecinos. Eran como las 10, 30 de la noche y la señora  María Guzmán, estaba sacando de los cordeles de su patio, la ropa que había lavado. La Yolita, se había ido a dormir y estábamos con la Chelita y don Juan, viendo el programa  La Manivela. Cuando eran las once de la noche con cuatro minutos, un terremoto de magnitud 7,75 en escala de Richter, sacudió la zona central de Chile. Comenzó con un leve movimiento pero rápidamente se hizo cada vez más fuerte apenas me pude levantar de mi asiento para ir hasta el patio y abrir la puerta de calle. Al salir al pasaje me encontré de frente con mi papá, quien me tomó de la mano, los muros  de las casas se movían terroríficamente,  el farol de la esquina se apagó repentinamente y el alumbrado de las casas también mientras corríamos difícilmente desde el fondo del pasaje hasta nuestra casa por la calle empedrada, el ruido ensordecedor de la tierra se mezclaba con los gritos y súplicas de nuestros vecinos, mi padre me dejo de pié en medio del pavimento, en tanto el trataba de abrir la puerta de nuestra casa que se encontraba atorada, mi madre por dentro intentaba también abrirla, hasta que al fin se pudo, ella se quedo conmigo y mi papá rápidamente sacó desde el interior de la casa al umbral a mi abuelita y a mi tía abuela. En cuanto los vi a todos a mi lado sentí que mi corazón volvía a mi pecho. La tierra comenzaba a detenerse  lentamente en minutos estábamos todos los vecinos reunidos alrededor de estufas y braceros mientras escuchábamos las noticias por una pequeña radio a pilas, los mas jóvenes se reunieron y fueron hasta el otro pasaje, luego a Lord Cochranne, Roberto Espinoza por toda la calle Lacunza hasta Aldunate y San Ignacio para verificar que todos nuestros vecinos y amigos  estuvieran bien.  Las réplicas se hacían constantes mientras el Hernán y su Novia Anita acompañados por una guitarra hacían  aquellos momentos menos tensos.  El epicentro se ubicó en los 32º27' de latitud Sur y los 71º34' de longitud Oeste. Las ciudades más afectadas fueron Illapel, Los Vilos, Salamanca, Combarbalá y La Ligua, aunque fue percibido entre Antofagasta y Valdivia, incluso hasta en la Argentina. Por afectar a una zona tan poblada del país, las víctimas fueron numerosas.


El Pipo, El Martinez, El Potoco

En Realidad, no puedo olvidar a tres personajes de mi barrio, no sé cuáles eran sus actividades, pero si me acuerdo perfectamente bien de sus caras y de sus saludos. El Pipo, un viejito calvito al que siempre veía por las calles, a veces con algunas copas en el cuerpo,  siempre acompañado de sus perros que le seguían mientras él tiraba de su carretón. El Potoco, era un hombre morenito, que siempre divisaba en los paseos y en los eventos del club deportivo, muchas veces lo encontré sobrio, aunque la mayor parte del tiempo lo vi con unas copas de más, pero aun así, siempre con su sonrisa atenta, saludándome respetuosamente toda vez que me lo encontraba en la calle,  cuando iba de regreso a mi casa desde el liceo. El Martínez, para muchos conocidos como el Chute Martínez y para otros como el Mayorengo, un hombre alto de aspecto rudo, bueno para el puñete, pero también de trato amable, siempre se saludaban cariñosamente con mi papá y preguntaba por mi tío Tomás, con quien había sido muy amigo, no sé que habrá sido de ellos, ni que fin tuvieron, pero ellos y sus familias, también formaron parte, de la historia de este barrio.