lunes, 7 de noviembre de 2011

La bicicleta del Queno.

Abrí mis ojos esa mañana muy tranquila, algo había ocurrido durante la noche, me acosté muy cansada y un tanto molesta, este era el tercer día de intento.
Durante toda la mañana anterior había tratado de aprender  a andar en bicicleta pero me había sido imposible, mientras mi amigo Queno estaba en el colegio, yo aprovechaba de pedirle prestada su bicicleta a Don Guille su papá, quien gustoso accedía, era de tamaño pequeño y tenía un sillín de hombre muy duro, me instalaba sobre ella pero en cuanto comenzaba a pedalear, me iba para un lado u otro de bruces, un par de veces, no alcancé a bajar el pié del pedal y fui a dar de lleno sobre el áspero y duro pavimento. 
Ahora estaba muy confiada, esta noche había tenido un sueño, me encontraba sentada en la pequeña bicicleta en  medio del pavimento y acomodando la rueda derechamente, mis pies estaban firmes sobre los pedales, ambas manos sujetando suavemente los puños del manubrio, mi vista fija hacia el fondo del otro pasaje, luego me veía desplazándome suave y lentamente.
Algo me decía que hoy lo podría hacer. Así que me levante rápidamente, espere hasta las diez de la mañana, para ir a corriendo unos metros mas allá de mi casa y pararme en frente de la puerta del Quenito, no estaba don Guille pero la Lidia, su hermana me hizo pasar y sacar la pequeña bicicleta. El pasaje estaba en silencio, solitario, solo las palomas hacían ruido mientras volaban de un pasaje al otro, en aquella nublada mañana.
Me instale sobre ella, al comienzo de la pista de cemento, cerré los ojos por un momento recordando  paso a paso lo que soñé, luego los abrí y comencé a deslizarme sobre la calle pavimentada, feliz daba una vuelta tras otra, por fin había aprendido.




miércoles, 14 de septiembre de 2011

Viajando en Tren

Durante mi niñez recuerdo, que la mayoría de mis amigos se iban fuera de Santiago durante las vacaciones de verano, esto era casi siempre en los meses de Enero y Febrero, la extensión de las vacaciones era variable, algunos se tomaban un mes completo, como los Nouveau que iban a la Unión y Osorno,  los López a Caldera, los López Rozas a Con Cón, los Rivera a Lo Miranda, los Yévenes a Gorbea, pero habíamos otros que salíamos por diez o quince días, como era el caso de mi familia, nosotros viajábamos a Viña del Mar, a  la casa de mis tíos, a reencontrarme con mis primas y primos. ¡Que felicidad!, cuánta ansiedad sentía los días antes del viaje, todo era tan formidable para mi.

El primer día de mis vacaciones comenzaba como a las cinco de la mañana, a las seis estábamos saliendo desde mi casa con destino a Valparaíso, a veces nos íbamos en micro hasta la Estación Mapocho, aunque en otras ocasiones lo hicimos caminando por Lord Cochrane y Amunátegui, hasta la Estación de trenes, en cuanto llegábamos comprábamos nuestros pasajes en segunda y esperábamos que se instalaran los vagones en el andén, para que apenas abrieran los coches, pudiéramos abordarlos y tomar los mejores asientos.

Estación Mapocho













En realidad con solo viajar en tren ya era una aventura, escuchar el sonido de los carros preparando sus motores, el silbato del inspector, el sonido de la bocina, los sonidos que emitían las ruedas sobre los rieles que cambiaban según la velocidad que adquiría, o por la superficie por donde pasábamos, todo era agradable, el paisaje, el viento, los túneles, los puentes, que entretenido era ver a traves de la ventana, en  cada curva pronunciada el largo del convoy, observar la gran máquina con sus ganchos tomando los cables de electricidad de tanto en tanto y ver también el último carro.

Estación Mapocho
 Estación Yungay
 Estación Renca
Estación Quilicura





Todo era un encanto, disfrutaba cada minuto que duraba ese viaje y que era solo interrumpido, cuando se detenía en cada estación, para tomar o dejar pasajeros, o por los vendedores de bebidas y sándwich del mismo tren, o por mi mamá, que me ofrecía frutas o alguna merienda que me llevaba para el viaje. Recuerdo muy bien las vendedoras de tablitas dulces, sus alfajores con manjar, los chilenitos con merengue, las empanaditas de peras o alcayotas, y los sandwich de ave palta que ofrecían a en las estaciones Llay Llay o La Calera. Nos íbamos deteniendo por algunos minutos en cada estación  mientras nos acercábamos cada vez mas hasta nuestro destino la Estación Puerto.

Ocoa
 Llay Llay
 La Calera
 La Calera
 San Pedro
 Viña del Mar

Viña del Mar 
 Barón

 Valparaíso
 Valparaíso
 Valparaíso

Estación Puerto

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los Disidentes

En nuestro Santiago, así como en otras ciudades de nuestro país, y en distintas épocas de nuestra historia, han ocurrido sucesos muy tristes de injusticia e intolerancia. Recuerdo que durante mi niñez, hubieron algunas diferencias entre nuestros vecinos, sin embargo, la mayoría de la gente, no acostumbraba a discriminar a nadie por su situación económica, educación o religión…


Paseando por nuestro Cerro Santa Lucía, por unos de sus anchos senderos me encontré con una bonita escultura, a cuyos pies se encontraban unas inscripciones que decían:

A la Memoria de los despatriados del cielo y de la tierra que en este sitio yacieron sepultados durante medio siglo.


El Concilio Evangélico de Chile en Homenaje a los que aquí fueron sepultados a causa de su fe en Cristo.




Esto me causo mucha curiosidad. ¿Qué había ocurrido en este lugar, cuando apenas este cerro era solo una elevacion rocosa, con una ladera que servía de basural?. ¿Qué suceso habia acontecido en medio de este emplazamiento, cien años antes de que nosotros existiéramos? El paisaje había cambiado, el cerro mantenía casi oculta, una desconocida historia para muchos, mientras acogía a niños, jóvenes, familias, que paseaban por el lugar lleno de vegetación, de hermosos caminos empedrados y fuentes de aguas, en medio de esta ciudad y relativamente cerca, de donde se ubicó mas tarde mi barrio, entonces, decidí averiguar sobre el tema.
Qué es un disidente? Es alguien que disiente, que no está de acuerdo con la opinión mayoritaria. El disenso, debería ser parte de la formación de opinión, lamentablemente, en muchos casos es objeto de censura y persecución por su condición de minoría. La limitación del desacuerdo, suele conducir al empobrecimiento de las ideas de una sociedad, al darse como válida sólo una de las múltiples alterativas.
Hacia el 1800 la sociedad chilena no estaba preparada para concebir otra religión que no fuera la Católica Apostólica y Romana, toda religión, creencia, que se saliera de este marco, era tomada negativamente y se catalogaba como diabólica y era rechazada por la sociedad en su conjunto, esto se puede constatar, al leer la frase que Benjamín Vicuña Mackenna hizo dejar legada, en el patio de disidentes del Cementerio General “ A los desterrados del cielo y de la Tierra”. Eso fueron para aquella sociedad, los protestantes y ateos que vivieron en esos años, ellos no tenían derecho a ser enterrados en los cementerios, ya que estos recintos, pertenecían a la iglesia católica. Debido a esto, esas personas fueron sepultadas en basurales, tirados por despeñaderos o lanzados al mar. Tuvieron que batallar arduamente, aquellos extranjeros, que viendo esta realidad, quisieron igualar las condiciones de aquellos, que no profesaban la fe promulgada en la constitución Política de esos años.

Cementerio Disidentes de Santiago

El Cementerio General de Santiago de Chile, se ubica en la comuna de Recoleta. Cuenta con 86 hectáreas, donde se encuentran cerca de dos millones de personas sepultadas. Está ubicado en el polígono conformado por las calles México (norte), Horwitz (oriente), Av. Recoleta (oriente), La Unión (sur-oriente), Av. Profesor Zañartu (sur) y San José (occidente). El Cementerio General es administrado por la Municipalidad de Recoleta. Fue inaugurado el 9 de diciembre de 1821 por el director Supremo Bernardo O'Higgins Riquelme. Originalmente, no se podían enterrar a los protestantes, llamados disidentes en esa época, y recién en 1854 se crea el Patio de los Disidentes Nº 1. El decreto de cementerios de 1871, establece la sepultura sin distinción de credo, en un espacio debidamente separado para los disidentes y permite la creación de cementerios laicos con fondos fiscales o municipales, que debían ser administrados por el Estado o el Municipio. El 2 de agosto de 1883 se promulga la Ley de cementerios civiles (como parte de leyes laicas) bajo la Presidencia de Domingo Santa María González. Establece la administración de los cementerios públicos, por el Estado o Municipio y es retirada cualquier administración eclesiástica, la no discriminación en la sepultura de los difuntos, además de prohibir el entierro en los terrenos de la Iglesias. La autoridad eclesiástica, crea el Cementerio Católico de Santiago en 1883, siendo clausurado ese mismo año y reabierto definitivamente en 1890.

El Patio de los Disidentes Nº1, se encuentra en el costado sur del Cementerio General de Santiago, se crea en 1854, como un lugar para enterrar a los cristianos protestantes, aunque también se encuentran judíos. La mayor parte de los enterrados era de origen europeo, principalmente alemanes e ingleses. Actualmente hay otro más, el Nº2, el primer sepultado fue un bebé. Aunque se consideró que la creación de este patio, era una profanación del Camposanto, incluso por las noches, eran sacados los cuerpos por estar “inmundos”, finalmente, se obligó a los cementerios a no negar la sepultura.
La Iglesia Católica autorizó la construcción de este lugar, solo si se separaba por una muralla de 7 metros de alto y 3 de largo, para que no se contaminara el resto del Cementerio, "Es esencial que el lugar bendito esté materialmente separado del terreno profano" decía la Iglesia. Esos muros aún existen.
La aprobación fue debido, tanto por las presiones internacionales, como políticas ligadas a movimientos laicos. Anterior a esto, los cuerpos se enterraban en el basural ubicado en las faldas del Cerro Santa Lucía. Así como en las costas de las  playas de Valparaíso, se enterraban antes de la creación del Cementerio de Disidentes en esa ciudad.
Alrededor de 3000 personas se encuentran sepultadas ahí, entre ellas el predicador callejero Juan Canut de Bon de quien proviene el nombre de "canutos" y Juan Ibáñez Guzmán, primer pastor chileno y latinoamericano. Por muchos años en el sendero que bordeaba el Patio Disidente se observaba una placa que contenía el texto: "A la memoria de los desterrados del cielo y de la tierra". Durante el Gobierno de Michelle Bachelet, la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos, financió un proyecto de restauración de este lugar, junto a la Municipalidad de Recoleta.






Cementerio Disidentes En Valparaíso

Está ubicado en el cerro Panteón de Valparaíso, frente al Cementerio N° 1. Fue creado en 1825 para albergar los restos de los británicos y europeos residentes, que por su fe Protestante, diferían de la religión oficial del Estado, representada por la Iglesia católica.

Para el año 1800, los inmigrantes que llegaban a Valparaíso y que no eran católicos, no eran aceptados en los cementerios de ese credo y eran sepultados en los acantilados del cerro Playa Ancha o en el fuerte del cerro Cordillera. Es así, como en 1823 el cónsul británico George Seymour, con la ayuda del intendente Robert Simpson, compraron un terreno al costado de la cárcel, para construir un cementerio especial para los «disidentes».

El cementerio se divide en ocho cuarteles y cuenta con cerca de 800 sepulturas. En el interior, se encuentra un monumento en memoria, de los fallecidos en el hundimiento de la fragata estadounidense Essex en 1814, por los buques ingleses Cherub y Phoeb. También se encuentra el monumento levantado en 1881, al reverendo Dr. David Trumbull, fundador de la Iglesia Presbiteriana en la ciudad.

En el año 1883 se terminó la discriminación religiosa en los cementerios fiscales y municipales, con las leyes laicas. Hasta ese año el Cementerio de Disidentes albergó fallecidos de otras regiones como Santiago, La Serena y otros puntos del país.

En el año 2011, en el  marco del plan de la recuperación del cementerio, se habilitó una plaza memorial del inmigrante.







(Fuentes: Patrimonio Chileno)

Los chinchineros

Sábado por la Mañana, era un día soleado de Septiembre, estaba dentro de mi casa, recortando papeles de colores, cuando comencé a escuchar las hermosas notas que venían desde  la esquina de Roberto Espinoza con Lacunza, eran los sonidos de un organillo, corrí hacia la calle, mientras veía al Genaro, a la Marisol, y a otros chiquillos hacer lo mismo que yo,  rápidamente se llenó de niños, de mi pasaje y de los alrededores. Todos mirábamos y preguntábamos los valores de los remolinos, pelotas de colores y sonajeros que exibía sobre el Cajón del sonido, muy pocos compraban,  cuando de improviso, estrepitosamente, comenzaban a sonar los tambores y platillos de los chinchineros,  mientras bailaban y giraban con gran velocidad,  al son de la música, que el organillero, con una manivela sacaba del gracioso instrumento, entonces, la mayoría de los niños nos alejábamos  un poco, asustados con el fuerte sonido, pero seguíamos mirando el  espectáculo hasta que finalizaban. Luego ellos se sacaban sus sombreros, para pedir colaboración en dinero, algunos dábamos, otros arrancaban para no dar y los mas osados los seguían unas cuantas cuadras, para volver a verlos bailar.





viernes, 9 de septiembre de 2011

Barquito Manicero

Teníamos  ganas de comer algo dulce, nuestro presupuesto no era muy abundante, como la mayoría de la gente que vivía en el sector, pero en esos años, las cosas sencillas y en familia nos hacían felices.
Nos alistamos con mi papá y mi mami, y nos dirigimos hasta la calle Roberto Espinoza,  cruzamos el cajón del muerto, pasaje que comunicaba esa calle con la calle Nataniel, en frente se veía inmenso, el solar y la plaza Almagro, ya estaba oscureciendo, enfilamos por calle Inés de Aguilera hasta San Diego. Ahí estaba nuestro objetivo, en toda la esquina.
Por el pequeño cañoncito salía  una estelita de humo y el olor del confite se esparcía por todo el lugar. El vendedor era don Francisco, su barquito era el mas surtido de frescos y sabrosos, maníes y avellanas tostadas,  cocos, almendras y maníes, confitados. Muchos éramos los que le comprábamos las calientitas golosinas y las disfrutábamos.